El Tiempo


Miro atrás sin voltear la mirada. Mentalmente retrocedo a los años de mi niñez, a los años desde cuando tengo memoria. Y me veo correteando bajo la lluvia de las serranías de mi patria. Un renacuajo pelucón escapado de la vigilancia materna, con la piel quemada por el frío y la sequedad del clima, chapoteando en los charcos de la carretera que pasa a escasos metros de la casa, en el margen derecho del río Marañón. Sí, aquel río que, más adelante, uniéndose con el Ucayali dará lugar al Río más caudaloso del planeta: el Amazonas .
Sigo mirando en aquellos años. Veo a mi madre y a mi abuela paterno trepar por unos escarpados cerros. ¿A dónde iban? Yo no lo sabía entonces. No lo sé hasta hoy...
Empujo un poco el carrito de mis recuerdos y me veo en Pachas, localidad serrana también, muy cercana a la capital de la provincia de Dos de Mayo: La Unión, en el departamento de Huánuco.
Allí, en Pachas, me veo viviendo en un caserón inmenso rodeado por altos tapiales. Mi padre trabajaba en la carretera hacia LLata, su ciudad natal, que hasta ese entonces era accesible solo a lomo de bestias o a pie*. Recuerdo también que mi padre, en sus horas libres, hacía el oficio de carnicero para redondear el presupuesto familiar del mes. Es de aquí que tengo recuerdos más claros de mi hermano mayor. Con él nos encargábamos de dar la cebada a los cerdos para que engordaran...
Bueno, mis recuerdos están allí, pero creo que no tiene ningún sentido seguir hurgando en ellos. Creo que ya me han dado valioso servicio sirviéndome como pretexto para hablar de aquel misterioso fenómeno al que todos estamos ligados por los siglos de los siglos: El tiempo.
Regreso al presente. Miro de nuevo hacia atrás. Es mucha distancia -en tiempo- que me separa de aquellas vivencias; es mucha distancia -son miles de kilómetros- que me separan de aquellos espacios geográficos, testigos mudos de mis primeras experiencias 'memorables'.
Pero, el tiempo, ¿por qué no se detiene? Pasa corriendo, pasa volando.
Me detengo. Le miro fijamente, pero no me hace caso, no le importo; sigue en su loca carrera. ¿Con quién compite?
Miro otra vez detenidamente: Veo autos por la avenida que pasan raudamente, y él pasa con ellos, pero también va conmigo, contando mis pasos.
El semáforo está en rojo, los autos se han detenido, y yo sigo contemplando. No, no se ha detenido, sigue, sigue...
Me pongo a pensar: ¡Qué extraño fenómeno es el tiempo! ¿Cómo hace para seguir pasando cuando todos los autos y yo estamos detenidos? ¿Puede alguien explicarme?.
Me dirijo al correo del barrio donde resido. Un hombre pasa apresurado, casi a la carrera. Al tiempo no le importa, sigue su ritmo frenético por su cuenta y riesgo.
Es verdaderamente extraño: Miro a aquel que 'casi corre' y el tiempo lo acompaña, pero también está conmigo. Miro a mi rededor y... ¡está en todas partes!, ¿cómo hace...? El reloj de la torre más alta de la Basílica se ha detenido. El tiempo sigue pasando también sobre él..., algo me dice que (él, el tiempo) es la causa de su inacción.
Estoy casi por doblar la última esquina desde donde veré ya el alto edificio del correo. Enfrente, en la otra esquina, veo a un anciano apoyado en el quicio de un portón, casi estático. Sin pausas ni prisas veo que (el tiempo) pasa sobre él, acariciándole los pocos cabellos canos que le quedan. El anciano no se percata de su paso ni de las caricias que le prodiga.
Estoy ya dentro del edificio, en las oficinas del correo. Hay mucha gente. En las ventanillas atienden con desgano los empleados y empleadas, todos ya de edad. Y todos, público y trabajadores, muestran las huellas de su paso. Las suaves 'caricias'del tiempo producen arrugas en el cu...erpo más bello, en la piel más tersa, en la figura más esbelta.
Un vidrio ahumado refleja mi imagen. Me veo. Le veo. Le sorprendo pasando por entre mis piernas. Las cierro, pero sigue pasando igual. Miro mis manos y veo como se escurre entre mis dedos. Pasa suavemente rozando cada milímetro de mi cuerpo, acaricia mis cabellos ralos y continúa su paso, impertérrito. Puedo sentir como roza mis vestiduras y entra en mi cuerpo a través de mi respiro. Siento su paso en el tenue masaje que le da a mis vísceras..., desgastándolas. Y aún mis raquíticos huesos sienten su paso, y creo que es por eso que esta mañana se ha comenzado a 'quejar' mi espina dorsal.
Tiempo, tiempo. Me provoca paragonarte con la inmensa escalera mecánica del tren subterráneo (Metro) de la ciudad: Sus peldaños metálicos giran y giran sin cesar, sea que alguien suba, sea que alguien baje. Inclusive si no le dan uso, sigue girando. O cuando algún curioso -como yo- se detiene a contemplarla..., ¡qué le importa!, ella sigue girando, mecánicamente.
Por eso pienso que, inclusive cuando la raza humana y la tierra entera habrán desparecido, tú, tiempo, seguirás tu pasar impertérrito por los siglos de los siglos...
(*) Es posible que este dato no sea del todo exacto.

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