Vacunados contra el dolor... ajeno.

29 de Diciembre 2012. Son casi las 7pm, la oscuridad ha cubierto ya Roma. Viajo con mi hijo y su novia en mi pequeño automóvil. Manejo yo, voy con prudencia, como siempre. Acabo de pasar bajo uno de los arcos del muro que circunda el (hoy) centro de la ciudad, me hallo en la zona de Porta Maggiore, una plazuela importante donde confluyen trenes, buses y automóviles; es decir, mucho tráfico. El auto que me precede frena ligeramente y yo hago lo mismo. Lo hago casi por reflejo para mantener una distancia apropiada. No transcurre ni un segundo(de tiempo) cuando siento un fuerte impacto que remece mi carro. La novia de mi hijo suelta un grito, lo que me hace recordar que las mujeres tienen los reflejos más rápidos, según mi propia teoría, aunque la Medicina diga lo contrario. "Conch..., ¡ya me dañaron el carro!", digo dentro de mí. Enciendo las luces de emergencia y me pego hacia la vereda, activo el freno manual, apago el motor y me bajo. Fuera hace mucho frío. El auto que me chocó está detrás. Se baja de él un flacucho alto de apariencia árabe-hindú que, luego, por sus documentos, me entero que es del Bangladesh, un pequeño país del asia central. No tengo necesidad de decirle nada, pues se disculpa diciéndome que la arena sobre la pista (va hasta el lugar y me lo indica) ha hecho que su auto resbalara. Obvio detalles, agrego solo que lo primero que me preguntó la policía fue 'si habían heridos'. "No", fue mi respuesta.
Al día siguiente (30/12) amanecí con dolor de cabeza, leve pero continuo. Me dormí aún con aquel dolor.
El lunes 31, último día de Diciembre y del 2012, el dolor estaba ahí aún. Lo evadía con lecturas o trabajos, pero al salir de ellos lo encontraba allí, incesante, terco. Me acosté de nuevo con él.
¡Es ya Año Nuevo!, pero mi dolor de cabeza no es nuevo. Me encuentro sí un nuevo síntoma: Un ligero dolor a la altura de mis vértebras lumbares, justo al alzarme de la cama. No le hago caso.
El miércoles, segundo día del Nuevo Año, me acompaña aún mi dolor de cabeza, siempre con aquella leve intensidad, pero tenaz, porfiado, terco. El dolor en mis vértebras lumbares ha aumentado, se ha hecho 'más visible'. No le hago caso, salgo del trabajo para dirigirme a casa, pero al bajar las escalinatas de la Metro, el bendito dolor se hace más penetrante. Lo ignoro, bajo con cierta dificultad y tomo el tren. Al llegar a mi paradero elijo las escaleras mecánicas. Desde la estación camino casi 1500m y ya estoy casi en casa, y es aquí que noto un empeoramiento, pues al subir las escalinatas siento un dolor intenso. Me ayudo con las manos agarrándome de las barandas y, por fin -ahora sí-, ya estoy en casa, en mi sala. Lo primero que hago es echarme en el sofá y buscar la posición más cómoda para que 'descansen' mis vértebras.
Luego de algunos momentos noto que 'mi dolor de cabeza' está aún allí. Creí que habría desaparecido, pero no, era solo una ilusión. Es aquí que descubro que mi cerebro me 'conecta' solo con 'el dolor más fuerte', cuando, debido al reposo, el dolor de mi columna se hace leve, siento aquel dolor oprimente en mi cabeza. Me levanto para ir a la mesa (a tirar rancho) e inmediatamente siento un hincón en mis vértebras, y 'desaparece' el dolor de mi cabeza. Es recién en aquel momento que hablo con mi familia del persistente dolor en mi cabeza y de cómo iba aumentando con las horas aquel otro dolor en mi columna.
-¿Y, no será algo que tenga que ver con el choque?-, dice mi hija. De inmediato mi esposa me recrimina: "No es posible que te despreocupes tanto de tu salud, ¿y si fuera una cosa grave?, ¡anda inmediatamente a la Emergencia del hospital, y hazte ver!". Fue así que llegué al Pronto Soccorso (así llaman a la Unidad de Emergencias en Italia) del Hospital San Giovanni. Estaba lleno de gente, eran las 4pm. Me dieron 'código verde'; es decir, no grave. Dan preferencia a los que tienen 'código rojo', muy graves; los que tienen 'código amarillo' están en segundo lugar. El verde..., si te dan el verde, tienes que armarte de mucha paciencia, pues tienes que esperar horas y horas. Casi con descaro, propio en aquel momento, una enfermera recriminaba a una señora: "Usted tiene código verde, lamentablemente, tiene que esperar".
-¿Pero, cuánto, si ya son dos horas que espero?. La respuesta, siempre con tono de cachaco arrabiado: "Puede ser inclusive hasta las 7 de la mañana de mañana...". A este punto la señora se cogió la cabeza con ambas manos, no sé si para reprimir alguna respuesta airada o sumirse en su propia angustia y encontrar algún escollo de esperanza dentro de sí misma. La enfermera, como convencida de haber llevado a cabo un trabajo excelente, dió una mirada seria, intimidatoria, desafiante a todos, como diciendo: "A ver, quién otro se atreve...". Luego desapareció en los pasillos.
Eran ya las 7pm. Los 'código verde' seguíamos esperando. Es cierto que llegaban ambulancias con heridos y contusos, los que pasaban directamente a control médico. Mis esperanzas de ser atendido 'antes de las 7am del día siguiente' aumentaban cuando no llegaban ambulancias, a veces por lapsos prolongados. Para estas alturas, la señora que reclamó ya había sido atendida, pero esperaba 'la hoja de control' con las indicaciones del médico.
Son casi las ocho y media cuando llega otra ambulancia. Oigo gritos mezclados con llanto. Los profiere una anciana a la que hacen entrar en camilla. Sus gritos acallan los rumores y bizbiseos. Y es en aquel momento que sucede algo, para mi  gusto, sorprendente: Un enfermero pasa entonando en voz alta "...y ha comenzado la fiesta, y ha comenzado la fiesta, y ha comenzado la fiestaaaa...". A muchos, allí, nos sorprende el hecho
Eran ya casi las 10pm, mi dolor vertebral se había agudizado y sentía una extraña sensación en mi cabeza, como si llena de algún material pesado, y como adormecido. El dolor de mi columna 'encubría' totalmente el dolor de mi cabeza, pero no lo anulaba.
Entra un tipo con un niño, ambos caminando. El niño con síntomas de una tos seca. La enfermera -otra, no aquella- le da indicaciones para ir a ventanilla de registraciones y esperar a que lo llamen. El tipo gira la mirada. Hay una chica que llora callada en un ángulo, solo sus lágrimas me dan indicio de su pena o su dolor, pero también tiene código verde. El tipo quiere decir algo, pero no llega a pronunciar palabra, pues una señora le dice "Yo estoy desde las 3 de la tarde". Sus palabras me animan y digo: "Yo estoy desde las 4". El tipo gira sobre sus pies, coge de los hombros a su niño y se encaminan hacia la salida. Dice algo que no logro escuchar, posiblemente "Vámonos a otro hospital...".
Momentos después llega otra ambulancia. Un par de enfermeros fortachones 'sostienen' por las axilas a un borrachín de apariencia medioriental (árabe o hindú). Detrás de ellos otro tipo, amigo o pariente del beodo, trae consigo un bastón que entrega al recién llegado en cuanto logran sentarlo. Intercambian palabras, no logro entender mínimamente. Los enfermeros antes de marcharse hablan con la enfermera que controla el ingreso. Ella hace gestos de asentimiento con la cabeza, mira con aire de repulsión al borrachín y se queda en su lugar. Entre tanto el personaje dormita en su silla y por momentos profiere palabras en voz alta que nadie logra entender, o al menos eso es lo que imagino.
Otra ambulancia. Bajan dos policías y cada uno se para a cada lado de la puerta del vehículo del que baja un chico de piel mestiza. Mi impresión es que sea mejicano, pero podría ser también marroquino (de Marruecos) o qué sé yo. Es muy joven, entre 20 y 25, tiene el semblante hosco y fruncido el ceño. Fuera hace frío, pero él tiene encima apenas camisa y una casaca jeans. Escoge la silla más distante en el fondo de la sala y se sienta. Los policías no lo pierden de vista y hablan entre ellos. No puedo ni siquiera imaginar el mal que lo aqueja, pues -a juzgar por su apariencia-, está más sano que un pez...
El tiempo pasa, es ya casi media noche. En el entretiempo han llamado a la chica que lloraba. El borrachín seguía esperando. Sentado en su silla se balanceaba, pienso más por el efecto del alcohól que del sueño. El chico y los policías seguían esperando, como yo. De repente escucho mi nombre desde los pasillos del interior. Me paro con cualquier dificultad y me dirijo hacia allá. El pasillo está lleno de gente y de camillas con enfermos, heridos y contusos traídos por las ambulancias. Veo también a 'la chica que llora', pero que no lo hace más. La veo más serena. Me animo a preguntar cómo así está aún allí si ha sido llamada hace casi 1 hora antes. Me responde que ya la atendieron, que espera solo el reporte médico. También me indica el consultorio de donde he sido llamado. Toco a la puerta, una enfermera entreabre la puerta y me dice que debo esperar aún, veo a la doctora que me atenderá, está dando indicaciones al paciente que me antecede.
La consulta propiamente no dura más de 5 minutos. Me receta un antidolorífico y me recomienda visitar a mi 'médico de familia' (así llaman en Italia al médico que te asigna el sistema sanitario) si los síntomas persisten por más de 48 horas. Y me 'desembarcan', pero antes otra recomendaciòn: no debo irme hasta que me entreguen 'el reporte'. Me quedo en el pasillo. La chica que llora ya no está. La viejita chillona ha reaparecido e inunda con sus gritos todo el pasillo. Veo un paciente con el rostro desfigurado, bañado en sangre sus ropas, no veo en él ningún signo de dolor, está rígido sobre la camilla con la mirada fija en el cielo raso, debe ser por el efecto de las medicinas contra el dolor, pienso. Veo otras múltiples escenas de dolor y desesperación, de pacientes y de sus familiares, sobre todo de aquellos con diagnósticos preocupantes.
El personal del hospital, mèdicos y de enfermerìa, acostumbrados a lidiar con el dolor, làgrimas y gritos de los pacientes, no se incomodan, no pierden la paciencia ni la calma. Es màs, dos enfermeras se saludan con amplias sonrisas en medio de aquel pasillo repleto de 'muestras de dolor'. Ràpidamente intercambian sus planes màs pròximos: Una de ellas tendrà un almuerzo con los padrinos del engreìdo de casa. La otra irà a conocer a los padres del novio, "!qué nervios!", se atreve a decir con una sonrisita pìcara, y se despiden.
Han transcurrido diez horas y media desde cuando ingresé a la Emergencia. Son las 2:30 am cuando dejo el hospital y debo esperar muchas horas aún hasta que se haga día y abran las farmacias. En la sala de espera quedan aún el borrachín y aquel jovencito custodiado por los dos policías, pero no son los únicos, pues llegan constantemente gente con los más diversos males, y accidentados, y... algunos ya difuntos. A estos últimos no les sirve otra cosa más que la Certificación del Deceso.
Salgo de la Emergencia, camino lento como contando mis pasos. Siento como si los dolores de mi cabeza y de mi columna se me hubiesen esparcido por todo mi cuerpo, pero me mentalizo pensando en las palabras de la doctora, que no tengo nada grave, que todo es producto del estrés y del sacudón repentino de aquella tarde del choque, que los síntomas desaparecerán con las medicinas y con las horas. Me tranquilizo.
Pensando a mi experiencia de las horas precedentes, concluyo que un hospital es un centro de trabajo como cualquier otro, que los médicos y enfermeras (y todo el personal que allí trabaja) tienen derecho a desempeñar su labor con alegría y entusiasmo, como es recomendable. Para los que miramos desde fuera la cosa parece contraproducente, pero -pensándolo bien- no es así. ¿O, quizás me equivoco?, pero digo que es un universo diverso y que para Medicina, Enfermería y profesiones afines, hay que tener Vocación.... y estar vacunados contra el dolor y los sufrimientos ajenos.

NOTA: Este post lo escribí en Enero de este 2013. He dudado mucho en si publicarlo o no. Al final he decidido publicarlo, aunque tarde, muy tarde.



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