Historia de un borrico.

Esta es la historia de un borrico que en cierto momento de su vida empezò a preguntarse si ésta -su vida- tendrìa alguna finalidad concreta en el entero diseño de la natura, entendiéndose como tal al vasto e inconmensurable universo.
Nuestro borrico habìa ya vivido màs de las dos terceras partes del tiempo que en promedio solìan vivir los jumentos de su paìs. Percatarse de este hecho hizo que su preocupaciòn aumentara, pues haciendo càlculos, concluyò que le quedaba muy poco tiempo antes de partir al 'viaje sin retorno'.
Meditando sobre el modo còmo encontrar las respuestas, pensò primero en inscribirse a la universidad. "Allà me daràn las respuestas, seguramente", pensò, pero de inmediato reaccionò con rabia contra sì mismo, pues aquello no era posible para los que no habìan terminado la secundaria, y era su caso!.
Qué hacer? Encontrar las respuestas se habìa convertido para nuestro amigo (podemos tener un borrico por amigo?, creo que sì; si ya al perro consideramos 'nuestro mejor amigo'...) en una cuestiòn primordial. Dirìamos casi en un asunto de vida o muerte. Obsesionado con tamaña interrogante que le iba y venìa en continuaciòn, se aislò. Dejò de trabajar, dejò de frecuentar a los parientes y amigos, dejò de comer..., y llegò al colmo de abandonar a la borrica y borriquitos.
Su obsesiòn lo colmaba de la cabeza a los pies (mejor dicho, 'a las patas', recordemos que nuestro amigo es un borrico). Habìa enflaquecido tanto, por los tantos dìas sin probar alimento. Sumido en sus recònditos pensamientos, con la mirada perdida en el horizonte, caminaba sin rumbo fijo, como se dice 'por donde le llevaban los pies' (o las patas, en su caso). Lo veìan por el campo, por la ciudad y alrededores, nadie osaba sacarlo de su ensimismamiento, o posiblemente a nadie importaba.
Nuestro borrico era un pensador, pero a los ojos de propios y extraños, no era màs que un vagabundo. Caminaba, ya lo dijimos, de aquì para allà y viceversa, y quièn sabe qué extraña brùjula guiaba sus pasos. De repente al doblar una esquina, sus patas tropezaron con algo que parecìa un libro. Si, era un libro. A alguien se le habìa caìdo por caso, o lo habìan dejado a propòsito? No se sabe, pero el libro estaba allì.
Corrìa un viento fuerte. Un viento similar a aquel viento de las tardes en la ciudad natal de quien relata esta historia. Nuestro amigo pateò el libro. Una vez, una vez màs, y otra, y otra. Y cada vez, por acciòn del viento, el libro se le ponìa delante, y continuaban las pataditas. Aunque débiles, las pataditas surtìan efecto..., el libro comenzò a perder hojas.
En cierto momento el viento amainò. Era una tregua que durarìa poco. El libro, un tanto maltrecho, se quedò atràs. Nuestro borrico, sumido aùn en sus pensamientos, continuaba su lento caminar. El viento retomò su fuerza en el preciso instante que nuestro amigo se disponìa a doblar una esquina. Un pequeño remolino de viento y polvo lo envolviò e hizo que cerrara los ojos para protegerse. Al mismo tiempo alzò una pata para limpiarse cejas y pestañas del polvo y pajitas, y... zuàcate!, cayò al suelo como atado de shuco*. Era a causa de la debilidad por el prolongado ayuno. Otra tregua del viento. Lanzaba maldiciones dentro de sì e intentò alzarse, sin lograrlo. En aquel momento, sin quererlo, tuvo que admitir muy ìntimamente que hallarse con la panza, las patas y la quijada por tierra, proporcionaba a su cuerpo un dulce deleite. Se trataba, sin duda, del gozo que conferìan a mùsculos y mente el repentino reposo. 
El viento daba por terminada la tregua y recuperaba sus ìmpetus. El libro venìa a su encuentro y se plantò frente a sus narices. Algunas hojas sueltas pasaron volando por sobre de él.
El libro estaba abierto y estaba delante de él como invitàndolo a leer. Lo hizo:

                        Pàgina 7

"Pocos se preguntan el porqué de la vida"
                            (1)

"Tù no eres un ser humano que està viviendo una experiencia Espiritual. Eres un ser espiritual que està viviendo una experiencia Humana"
                                                                  Wayne W. Dyer

Eureka!, nuestro amiguito -llamémoslo con cariño- quedò impresionado con lo que acababa de leer, pero de inmediato sus razonamientos lo llevaron a pensar que éste era un libro escrito por los hombres para los hombres y que quizàs los argumentos desarrollados en él no tenìan valor para los borricos y animales en general.
El viento estaba calmo, daba otra tregua. El borrico continuò caìdo con el libro frente a sus narices. Algo estaba sucediendo dentro de él, pues apareciò un extraño brillo en sus ojos. Por un momento olvidò su preocupaciòn primera y comenzò a ojear (y hojear) con detenimiento el contenido:

                      Pàgina 8

"La ùltima cosa que el hombre descubre es a sì mismo. Es una verdad extraña y también universal que la sed humana de conocimiento ha debido comenzar de aquello que està màs lejano y terminar con aquello que està màs vecino".


"El hombre primitivo ha estudiado los cielos y es solamente el hombre moderno que comienza a explorar los misterios de su propia alma".



"Muchos hombres son un misterio para sì mismos, muchos inclusive son inconscientes de la existencia del misterio"


Una inesperada ràfaga hizo que corrieran las pàginas.

                   Pàgina 17

"La felicidad no es fàcil conquistarla; es muy difìcil encontrarla en nosotros, imposible fuera".

                                                                                                Chamford

"El mundo en el cual se vive depende del modo de entenderlo, que es diferente para cada quien".
                                                                                     
                                                                                                Schopenhauer

Nuestro amigo borrico no se alzò. Quedò maravillado con el mensaje de aquellas pocas palabras leìdas hasta aquel momento y meditando sobre si el contenido del libro podrìa serle de utilidad o menos, concluyò: "También los hombres han aprendido mucho de nosotros los burros y de los animales en general; entonces, por qué no puedo yo sacar provecho de las enseñanzas de este pequeño libro. Y quizàs no solo yo..."
En aquel momento se sintiò invadido de una fuerza extraña y nueva. La extraña fuerza inundaba de vigor todo su ser, empezando desde sus cèlulas màs ìntimas. Y ahora sì, nuestro amigo se alzò.
El viento reanudò. Algunas hojas del libro eran prontas a volar. Cogiò el libro entre sus patas y mirò adelante, otras hojas hacìan piruetas, llevadas por el viento. Otras eran visibles por tierra, en lontananza.
Solo en aquel momento reaccionò. Con el hocico aferrò el libro y luego, como impulsado por un resorte, emprendiò la carrera como alguien que sale con retraso de casa y quiere alcanzar el microbùs.  Querìa dar alcance a las hojas que llevaba el viento.
corriò, corriò. Un brinco aquì, un brinco allà. Coge una hoja aquì, otra allà. Al final, fatigado, pero contento, parecìa tenerlas todas, pues no se veìan màs hojas en rededor. Despacio, con mucho cuidado empezò a ordenar las hojas sueltas, pàgina por pàgina. 
Lograrìa cogerlas todas? No, faltaba una.
"No importa", dijo nuestro amigo. "Solo falta una hoja".
Cogiò suavemente el libro (o lo que quedaba de él) con los dientes y emprendiò el retornò a casa.
La borrica y borriquitos notaron aquel brillo especial en sus ojos. Casi podìan tocar la paz, la calma y el sosiego que envolvìan su alma. Algo habìa cambiado en el borrico. Lo acogieron con gozo.
Nadie le hizo preguntas. Tampoco él las hizo. Comiò con apetito lo que le ofrecieron (y no era para menos después de tanto ayuno). Agradeciò. Luego, en silencio, marchò a su alcoba. A leer, a leer y a encontrar las respuestas. "Sé que este libro encierra las respuestas...", dijo. Y se encerrò.

Este relato continuarà...





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