Una acciòn temeraria.

Febrero de 1964, me hallaba en un olvidado pueblito llamado Ocoro, circunscripciòn de la provincia de Colcabamba, en Huancavelica. Por esos lares trabajaba mi padre en la carretera de penetraciòn a lo que màs tarde serìa la Hidroelèctrica del Mantaro. Eran mis primeras vacaciones escolares dignas de llamarse propiamente 'vacaciones'. Hasta antes de 1963 mis dias eran unas constantes vacaciones. Fue en el 63 que mi padre decidiò instalarnos en mi ciudad natal junto a mi madre: Ella para cuidar de nosotros, nosotros -cinco pàrvulos, todos machitos- para estudiar o hacer finta de estudiar.
Mi primer año de escuela dejò en mì muchos recuerdos y ganas de seguir aprendiendo, creo. Ya sabìa leer y allà en Ocoro dì prueba de ello, lo he dicho en alguna parte en mi blog.
Las vacaciones eran tales, pero no significaba echarse de barriga o de espaldas a tomar el sol y respirar el aire purìsimo de aquellos parajes. Es decir, tenìamos quehaceres. Uno de ellos era el de llevar el almuerzo a mi padre. Era mi hermano mayor el que lo hacìa, pero, recuerdo, aquel dìa él habìa acompañado a mi padre, no sé por cual razòn, y me tocò a mì. No recuerdo haber tenido ningùn inconveniente en hacer aquel 'mandado'. Para mì, un niño de diez añitos y meses, era màs bien una aventura, una diversiòn. Salì de casa con el portaviandas en mano, mi madre me rogò seguir la carretera en todo momento, "No se te vaya a ocurrir cortar camino...", me dijo expresamente. Y la carretera era larga, bajaba desde Ocoro hasta el valle, en el fondo, haciendo enormes eses. Iba yo pateando piedritas y levantando polvareda con mi paso, no recuerdo haber tenido algùn pensamiento en particular. Caminaba despreocupado, como todos los chicos de mi edad; en cada curva tomaba el giro màs largo, el que se avecinaba al abismo, aquel que me permitìa mirar el valle en el fondo y el paisaje circunstante lleno de luz y de color con el sol de mediodìa.
'Cortar camino' significaba tomar una variante para abreviar y hacer màs corto el recorrido hasta donde se hallaba trabajando mi padre, pero en este caso no existìan variantes, ni siquiera trochas. Cortar camino, en aquel preciso caso, significaba seguir la pendiente por donde se vertìan los desmontes; es decir, los desechos de tierra, pedrusco y rocas que la construcciòn de la carretera provocaba. Estos vertederos se hallaban generalmente en las curvas. El tractor con su enorme lampòn empujaba los desechos hasta el borde de las curvas y desde allì las  dejaba caer. La tierra se deslizaba por la pendiente, los pedruscos resbalaban sobre ella y las grandes rocas rodaban dando por momentos enormes saltos, y todo terminaba en el fondo del abismo o de la quebrada. Me fascinaba observar aquellas escenas simples del trabajo cotidiano de mi padre y de las personas que llevaban a cabo aquel proyecto. Posiblemente entonces la palabra 'proyecto' no figuraba aùn en mi reducido léxico.
Los chicos muy pocas veces hacemos caso de los consejos, de mamà o de quien vengan. Y yo no podìa -o no querìa- ser la excepciòn. Estaba ya cerca del sitio de operaciones, podìa sentir con mayor claridad el rumor de los motores de las maquinarias de perforaciòn y tractores. Llegando casi a la penùltima curva, los ruidos cesaron casi por completo, escuchaba solo el rumor del tractor que debìa ser aquel que operaba mi padre. Me acerqué al borde, pude ver personas que se disponìan a almorzar. Continuar por la carretera significaba caminar 1 km aùn, y yo no podìa hacer esperar tanto a mi padre. Opté por 'cortar camino'. Inicié el descenso con mucho cuidado por el borde derecho del vertedero. Bajaba mirando bien dònde ponìa los pies. Estaba ya a màs de la mitad de la pendiente cuando me percaté de haber tomado la vertiente equivocada. Por fuerza tenìa que pasar al lado izquierdo. Unos instantes antes cesò el rumor del tractor, imaginé a mi padre bajàndose del enorme artefacto metàlico. Tal como lo pensé, apareciò su figura, toda cubierta de polvo. Delante de él vì también a mi hermano mayor*. Ambos dirigieron la mirada hacia donde me hallaba y otros màs alzaron sus miradas. "Ten cuidado, negro..." dijo mi hermano. Mi padre me mirò con desconcierto. Giré la mirada hacia arriba, era largo el trecho recorrido, faltaban apenas 50 metros para llegar. Busqué con ansiedad por donde cruzar. Era visible la tierra fresca a lo largo del vertedero, por sobre ella se deslizaban hilos de tierra muy fina y, dando pequeños saltitos y brincos, venìan grànulos de tierra y piedrecillas. Algunos pasaban rebotando dirigiéndose hacia el fondo, otros terminaban entre los hierbajos de los costados. A lo largo del vertedero se podìan ver enormes rocas, algunas del tamaño de una camioneta, quedadas allì por la fuerza de sus pesos que la gravedad no podìa arrastrar. Y yo tenìa que cruzar al lado izquierdo...
Muchos ojos estaban pendientes de mì. Con cautela di un primer paso. Obviamente la tierra no era firme, mis zapatos se hundieron casi por completo. Un segundo paso y otro con cierta premura, sentì que la tierra entraba en mis zapatos y pude notar que los espacios de mis huellas se colmaban casi de inmediato, y este hecho provocaba pequeños deslizamientos. La verdad es que, eran una cadena de deslizamientos. La tierra que colmaba las huellas de mis pisadas, eran cubiertas por tierra que dejaba espacio arriba de ella y ese espacio era cubierto por tierra que venìa de màs arriba, y de màs arriba, etcétera, lo que hizo que algunas rocas grandes reiniciaran a moverse por acciòn de la gravedad.
No tuve fortuna aquel dìa ( o quizàs si). Resbalé ante la mirada de tantos que observaban mis movimientos. En mi intento por agarrarme a algo tiré el portaviandas con el almuerzo de mi padre. Caì, creo que rodé un par de metros. Cuando mi cuerpo cesò de rodar, me hallaba en posiciòn decùbito ventral, mi cabeza dirigida hacia la parte alta del vertedro y mis brazos alzados en un intento por aferrarme a lo que fuera. En aquel mismo momento, con estupor, pude ver que una enorme roca iniciaba a moverse. No recuerdo haber tenido miedo. Escuché gritos en la parte baja, era seguramente mi padre y colegas, y mi hermano. La enorme piedra diò un vuelco y luego, a casi un metro de mì, cayò pesadamente, se balanceò como quien està indeciso de continuar viaje y... volviò a posarse. Qué alivio! 
Me arrastré sin levantar el trasero de tierra y llegué a la orilla izquierda. Mi padre y mi hermano venìan a mi encuentro. Unos metros màs abajo yacìa el portaviandas todo desportillado, y podìan verse los restos de comida por los alrededores. 
Cada vez que recuerdo aquella experiencia, me digo que allì podrìa haber terminado todo, y no dejo de reconocer que se tratò de una acciòn temeraria.






Commenti

Stefy ha detto…
Muy entretenida la historia! Me gustaría mucho visitar estos lugares :) Espero el próximo cuento ❤

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