¿Más vale solos?

"Más vale solo que mal acompañado", dice el dicho, pero...
Desde hace algún tiempo hago uso consuetudinario de la Metropolitana de Roma, Linea A. Muchas veces viajo absorto en mis pensamientos y preocupaciones, aunque digo seguido y casi con convencimiento que 'no tengo preocupaciones', que 'no tiene sentido preocuparse'. Esto último es un discurso que tiene mucho sentido, pero lo dejamos para ocasión más propicia.
Otras veces, como ayer por ejemplo, viajo atento a lo que ocurre en mi rededor, desde cuando inicio mi inmersión en las transitadas escalinatas y pasadizos que llevan hacia los circuitos subterráneos por donde circulan los trenes, pues la Metro (o Metropolitana) es un servicio de trenes bajo superficie. Cierto, en algunos tramos, circulan también en superficie, pero prevalecenn los tramos bajo tierra y por ello le llaman 'subway' en inglés.
"I can alone, thank you", me parece escuchar. Mi vista 'escapa' en la dirección de aquellas palabras y veo, sobre mi lado derecho, en el último tramo para descender a las plataformas desde donde se abordan los trenes, a una hermosa mamá. Con un 'sujeta bebés' (no sé si así se llama ese dispositivo) tiene a su linda bebé prácticamente 'adherida' a ella. Con su mano izquierda sujeta una maleta mediana, con la derecha una más grande. Al parecer está en aprietos, pero es una mamá muy fuerte, todas las mamás lo son. Sus palabras: "Puedo sola, gracias", están dirigidas a alguien ¿muy gentil? que quiere darle una mano. Contemplar aquella escena trae de inmediato a mi memoria una escena similar de unas semanas atrás donde 'el marido' va adelante con una pequeña maleta de mano y detrás una mujer que empuja un cochecito con un bebé dormido dentro y arrastra una maleta. Mirar hacia atrás y esperarla un momento es la única gentileza que se permite el tipo, de apariencia medioriental.
Mi recuerdo pasa como la gente que casi corre por las escalinatas. Se escucha por doquier: Excuse me, sorry, scusi, perdone, en boca de los que en su apuro rozan o golpean a un congénere, involuntariamente.
Un sentimiento muy profundo me impele a ir en socorro de aquella mujer con la bebé y las dos maletas, pero la escena descrita líneas arriba me hace desistir. Continúo mi camino, estoy apurado, pero no dejo de pensar en las razones de su negativa para aceptar 'una oferta gentil' de ayuda.
Mientras cavilo y camino llego a la conclusión de que -efectivamente-, Roma ya no es la Ciudad del siglo pasado, o la ciudad de solo 3 ó 4 años atrás. Actualmente -seguramente aquella mamá lo sabe-, hay que desconfiar de todo y todos. Los bolsos de mano hay que llevarlos siempre delante, no a nuestros costados y jamás a nuestras espaldas, y hay que cuidarse bien los bolsillos. La razón es que hay carteristas y pillos de toda laya que pululan al interior de los trenes (y no solo, también en los buses y tranvías), sobre todo en las horas punta. Se las saben todas los pillos estos.
La escalera mecánica está repleta, elijo las escalinatas. "Scusi", digo, pues he golpeado sin querer con mi codo a un tipo alto que, al parecer, no tiene tanta prisa como el resto, y como yo.
Ya quedaron atrás la mamá, la bebé, las dos maletas y no me hago ni idea de cómo se las arreglaría, si finalmente aceptaría la ayuda de alguna ánima gentil que, aunque no se crea, existe aún. Veo mayor movimiento en las plataformas, se deve a la llegada del tren que me llevará hasta muy cerca de casa. Se alborota la gente, los que bajan y también los que esperan abordar. Es el momento que aprovechan los carteristas...
Pero el tema de esta entrada es la soledad. "El hombre es un animal social", se dice, pero esta máxima -da la impresión-, está cayendo en desuso. De lo contrario podríamos argumentar que desde siempre ha carecido de verdad, categóricamente. O podríamos concluir también que los tiempos están cambiando -como todo en la vida- y que, hoy por hoy, los hombres (varones y mujeres, se entiende), se están dejando ganar por los avances tecnológicos. Lo digo porque veo mucha gente, entre los que suben a los trenes y aquellos que descienden de ellos, con los auriculares puestos, supongo que escuchando la música favorita, completamente cerrados en sí mismos, con apenas un mínimo de atención para no darse de narices con los muros o con otras personas. Otros que, no solo en los pasillos de la estación, dan la impresión de 'estar hablando solos', pero no, no están soliloqueando, están conversando con alguien, siempre con los auriculares puestos. Estos últimos escapan al tema de la soledad, obviamente, pues conversar telefónicamente es una forma de interactuar. Se podría argumentar lo mismo para aquel que escucha música, pero son dos cosas completamente diversas. En una conversación hay dos sujetos activos, en escuchar música solo uno.
Bueno, han pasado algunas horas y ya me hallo de regreso. De nuevo en la Metro, esta vez voy al trabajo. Por un pelo me deja un tren que se va casi vacío. Observo en la pantalla: "Prossimo treno tra 3 minuti". Tres minutos no son muchos y, puntual, arriba el otro. También está casi vacío.
Los asientos están distribuídos en grupos de cuatro y de dos a cada lado de los vagones.
Entro. Hay cuatro asientos vacíos. Me siento en uno de los extremos y recorro con la mirada a derecha e izquierda de cada lado de los vagones. Enfrente de mí hay dos señoras, cada una sentada en un extremo; es decir, hay dos asientos vacíos en medio. Sigo mirando y veo que no son solo ellas; hay también varones, igualmente sentados cada uno en un extremo. El tren avanza y yo sigo mirando. Más allá hay solo una persona sentada en un extremo de los 4 asientos. En el paradero siguiente suben varios, cada quien busca un extremo vacío. A estas alturas me pregunto: ¿Y por qué buscamos los extremos vacíos? ¿Estamos acaso cansados de vivir en sociedad y buscamos la soledad?.



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