Palabras, palabras, tan solo palabras.

Creo que todo lo que nos rodea, todo lo conocido (y lo 'por conocer'), nuestros pensamientos (aún los más recónditos e íntimos) y nuestros sentimientos (todos, en absoluto) se pueden traducir en palabras, pero, me pregunto: ¿Cuánto importante puede ser una palabra?. O, mejor dicho, ¿tienen importancia las palabras?.
Las palabras, tanto escritas como habladas, constituyen un importante medio de comunicación. Con ellas puedo manifestar alegría, tristeza, miedo, pesar y todos mis estados de ánimo. Inclusive si no tengo un interlocutor, mis pensamientos los elaboro con palabras y esto me hace pensar en cuánto el ser humano ha tenido desde siempre necesidad de ellas. Pienso que esa necesidad fue lo que impulsó a los primitivos pobladores de nuestro planeta -nuestros ancestros- a 'darle sentido' a los sonidos que eran capaces de emitir sus cuerdas vocales, y a organizarlos, llegando a crear un complicado sistema fonético que luego, siglos más tarde daría lugar a lo que hoy por hoy llamamos "idioma". Desde este punto de vista, el idioma no viene a ser sino un conjunto 'casi infinito' de palabras. Los idiomas no son homogéneos ni standarizados, están en constante evolución a la par que los conocimientos, pero no son infinitos. Hemos llegado sí, a un punto en el que, inclusive, la palabra "enciclopedia" está quedando obsoleta por su insuficiente capacidad para albergar (abarcar) todas las ramas del saber, del conocimiento humano, pero no era este el discurso que quería hacer.
¿Cuánto pueden influir las palabras en nuestros ánimos? Para explicar debo recurrir a un pequeño relato: Mi padre y hermano mayor, no recuerdo bien si en el 71 o 72, trabajaban en la Carretera Tingo María-Aguaytía por cuenta de una constructora que no me viene a la memoria, creo la Laos & Bolzman, propiedad de unos judios. Los campamentos estaban ubicados en Río Azul, en terrenos que pertenecían a la Hacienda Tea Garden's. Hasta allá llegó a trabajar un ingeniero, judío también, que apenas masticaba el castellano y por ello usaba mucho el inglés. Era usual en su lenguaje "¡hijo de puta!", sobre todo cuando se dirigía a los trabajadores. Ellos, los trabajadores, lo apodaron 'el gringo sanavavich' ("son of a bitch" tenía ese sonido a los oídos de muchos). Los trabajadores reían cuando escuchaban al gringo*, también él reía de buena gana al escuchar su sobrenombre, pero la risa de los trabajadores se debía a la ignorancia, al desconocimiento del inglés. En cambio el gringo -pienso- era consciente, conocedor de que la frase ¡gringo sanavavich! era inofensiva, aún si él estaba siendo dicho '¡gringo hijo de puta!'. Esto último no lo sabían los trabajadores, pues ya su castellano dejaba mucho que desear, imaginemos si podían conocer la lengua de Shakespeare.
De aquí podemos concluir que 'las palabras' cuyos significados no conocemos, simplemente no afectan nuestros ánimos, pero mirando el tema desde otro ángulo, podemos observar que las palabras pueden o no afectarnos dependiendo del modo cómo están dichos. Si dichos con rabia, lo más probable es que nos contagiemos de ella. Si dichos con ternura, puede que nos enternezcan inclusive hasta las lágrimas. Es decir, pueden afectarnos anímicamente dependiendo del conocimiento (de la acepción de la palabra, se entiende) y del modo cómo están dichas.
Otra cosa notoria es que las palabras y las frases pierden significado con el uso masivo y demasiado frecuente. Una mentada de madre, por ejemplo, hoy por hoy se ha convertido casi en un saludo. Lo mismo que la palabra 'carajo'. Tanto las mentadas como los carajos son dichos maquinalmente, igual que los saludos.
Buenos días, buenas tardes y los saludos en general son 'buenos deseos' por parte de quien saluda, pero, ya lo dije, se han convertido en palabras vacías, casi sin sentido, porque lo decimos mecánicamente. Las Reglas de Urbanidad y Buenas Costumbres (debería ponerlo entre comillas) nos lo han impuesto y lo que se ha logrado es hacer de los que saludan unos loros que repiten 'lo aprendido' como autómatas. Otro punto de resaltar sería también la tonalidad que le damos a nuestros saludos, que dependen de nuestro humor. No saludamos igual a nuestras suegras que a las vecinas ricotonas del barrio, solo por decir.
"Es un hombre de palabra", se dice para significar que la persona es absolutamente confiable, aún cuando todo es relativo en esta vida, y muy a pesar de que de tales personas, si no han desaparecido por completo, quedan muy pocas, poquísimas. Los políticos de nuestros tiempos tienen mucha culpa para ello.
Por último, quizás convenga resaltar que usamos las palabras para traducir nuestros sentimientos y pataletas (físicas y mentales) en adjetivos e insultos cuyos significados ni siquiera conocemos. Por ejemplo, ¿Por qué nos ofendemos si alguien 'nos manda a la mierda'? ¿Es que, acaso aquel lugar existe? ¡Hijo de puta!, ¡imbécil!, ¡tarado!, ¡vete a la mismísima mierda!, ¡deficiente!, ¡gusano!, ¡cerdo! y muchas otras, algunas más gruesas que otras, son palabras que se escuchan por doquier, presuntamente para herir, para hacer daño moral, pero ¡tranquilos!, quienes las pronuncian, definitivamente, no saben lo que dicen. Repiten como el eco las palabras vertidas por otros que, podemos estar seguros, tampoco saben lo que dicen. Podríamos, mejor, compararnos con un papagallo o con un niño que está aprendiendo a hablar y de este modo canalizar mejor nuestras reacciones ante tales insultos. A propósito de 'reacciones', inclusive ellas son producto de 'la programación' recibida durante nuestro diario andar. Estamos programados para 'indignarnos' frente a determinadas palabras de nuestro idioma. Si nos insultan en chino no hacemos caso porque desconocemos el idioma. Es el mismo caso descrito, de aquel 'gringo sanavavich'. Y este tema de la 'programación' podría ser argumento para otro post.
Otro factor que debemos tener muy en cuenta para restarle importancia a los insultos es que los soltamos en momentos de rabia, cólera, ira, precisamente cuando nuestro raciocino está bloqueado. La caballerosidad, en este caso, pasada la cólera, obliga a 'dar disculpas' a quien - sin querer- ofendimos.
Como colofón y respondiendo a una de las preguntas del inicio, ¿tienen importancia las palabras?, digo: Tienen la importancia, el valor, el peso que les damos nosotros. Sin ese requisito, no dejan de ser solo palabras, palabras, tan solo palabras.

*La acepción 'gringo' inicialmente estaba referida solo a los norteamericanos, de preferencia rubios. Con el tiempo se extendió su uso y englobó a todos los rubios, sin importar nacionalidad. En la actualidad se le han agregado significados, como se puede ver en los diccionarios. Ejemplo de esto último es 'quedarse gringo' que significa en algunos paises latinoamericanos 'quedarse deconcertado' o 'quedarse en las nubes'.

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