Mi Madre, eterna como el Padre Eterno.

Mi Madre es sempiterna, como Papà Dios. A diferencia de EL, mi Madre no es un invento de las religiones. Ella Existe y vive aún. Muchos en su natal Jacas Chico pueden dar Fe, y no solo allá. Pueden hacerlo también las gentes, entre parientes, "vecinos y esquinos"* que la vieron de niña pastorear sus ovejas por las frìas laderas de Los Andes de aquella parte del Perù. O las tantas gentes que la vieron pasar por cada lugar de la sierra central y Rupa-Rupa, adonde iba en caravana, llevando consigo el producto de sus entrañas, siguiendo los sueños del hombre que la quiso como compañera. Mi Madre no es omnipotente ni omnipresente, pero ha dejado huellas de su paso por los lugares que sus menudos pies transitaron, y dejará aún, tengo la certeza.
 Ella misma, mi Madre, dice que vivirá 'quién sabe hasta cuando...' , palabras suyas que dan a entender un vasto período, indefinible en el tiempo, inestimable en cifras, ilimitado, eterno. Y esta casi certeza le viene de un hecho veridíco que le tocara vivir luego del parto de su primer hijo varón. Resumo lo que ella misma cuenta: "... hospitalazada por el sobreparto, enloquecì con la fiebre y el dolor e intenté huir por una ventana. Una enfermera impidió que escapara, me tiró de los cabellos, caí sobre el filo del catre y perdí el conocimiento. Inmediatamente después me vi bajando las escalinatas del hospital, hacia afuera veía un inmenso campo verde con árboles y plantas, y flores de diversos colores. Caminé tanto, no sabía adonde iba, pasé por muchos lugares, algunos conocidos, algunos no (era mi alma que recogía mis pasos); solo sentí temor al acercarme y pasar por una aldea de perros. Había solo perros, de todos los tamaños y de todas las razas, que dormían en diversas posiciones, algunos acurrucados, otros con la panza por tierra y las patas dispuestas como para dar un salto, uno que otro que se desperezaba; tenìa tanto miedo, pero logré pasar casi de puntillas. Corrí, me cansé, pero seguí caminando y llegué hasta donde iniciaba una escalinata que se perdía entre las nubes. Con pasos ágiles subí, subí, no había cuando acabar; llegué hasta un enorme portón dorado. Llamé con la enorme aldaba..., luego de un rato se abrió el gran portón y apareció un hombre alto con una larga barba blanca y una sarta de enormes llaves (era San Pedro): 'Quién eres, qué quieres?' preguntó con acento grave. 'Soy... fulana de tal'. El gran barbudo giró sobre sus talones, desapareció por escasos momentos y reapareció con un Enorme Libro. Hojeó y ojeó, no halló mi nombre, y dijo: 'No, tu nombre no aparece en el Libro, regrésate'. Aquel lugar llenaba de paz todo mi ser y por eso insistí para quedarme. Mejor no lo hubiera hecho, pues el gigante barbón se enfadó: ' tú  no  has  sido  llamada  todavía, vendrás cuando se te llame, regrésate inmediatamente!'. Titubié, no sabía qué hacer, creo que eso enfureció más a San Pedro. 'Regresa allá antes que sea demasiado tarde!', dijo y me dió una cachetada que resonó en el silencio beatífico del Cielo. Bajé las escaleras, atravesé los campos y la aldea de los perros, esta vez a la carrera, los perros ni me sintieron, mis pies parecían alas, subí las escalinatas del hospital y desperté en mi cama. Un gran dolor de cabeza, a mi alrededor médicos y enfermeras..." 
Pienso en la Eternidad de mi Madre, en su vida y 'milagros' y hallo una similitud con la vida y milagros del Hijo de Dios, Jesucristo. Aquel de quien se dice que nació de María virgen, que obrò prodigios aquì y allà, pero que no dejò  vestigio alguno de su paso por nuestro planeta. No hay un escrito, no hay una firma, no una huella dactilar. Mi Madre lo mismo, no dejarà manuscrito alguno y ningùn documento firmado, pues sus padres no la mandaron a la escuela! Este tema me hace pensar mucho y hasta llego a preocuparme y preguntarme: No habrà sucedido lo mismo con Jesucristo?, pues para no haber dejado nada de puño y letra, tiene que haber sido un analfabeto!
Mi Madre no ha usado, no usa ni usarà las paràbolas, pues no las conoce. Jesùs en cambio, hizo uso y abuso de las mismas, lo dicen las Santas Escrituras. A Jesùs lo crucificaron a los 33 años, mi Madre naciò con su cruz a cuestas, y no ha hallado modo de deshacerse de ella.
Jesús obró prodigios, los que conocemos a través del relato de sus apóstoles, escritos en La Biblia. De los 'milagros' que obró mi Madre hablaré en una próxima ocasión, de lo contrario esta entrada se hará muy extensa.
Nota: Muchas de las palabras que uso en el resumen de 'la experiencia de mi Madre' no son corrientes en su lenguaje. Posiblemente la experiencia misma no coincide con el relato original escuchado en repetidas ocasiones a lo largo de mi infancia y juventud, pero la esencia es esa, no pueden dejar de coincidir las escalintas del hospital, los campos verdes, la aldea de los perros, el enorme portón, la cachetada de San Pedro! y su despertar rodeado de médicos y enfermeras.
*Un decir de mi Madre.  

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