Fantasmas y voces de 'ultratumba' - II Parte

Resumen de la I Parte: Una mañana de Setiembre 2010 sentí una interjección (¡oye!) desde mi barriga. No era un fantasma metido entre mis tripas. Eran ellas, propiamente mis tripas que, acompañando a mis movimientos de alzarme de la cama, empujaban el aire (o los gases, esos que muchas veces expulsamos por medio de eructos o peditos) retenido en ellas y que, al forzar algún pasaje estrecho o qué sé yo, produjo aquel ¡oye! clarísimo, pero  veamos cómo terminó aquella experiencia de mi paso por la Vía de los Libertadores.
Enclavada en lo alto, casi en la intersección de las dos carreteras: la antigua y la nueva que allí iniciaba, estaba Huachispampa, un pueblito hasta ese entonces olvidado. El proyecto llevaría luego 'su pequeña dosis de progreso' y serviría para fijar en la memoria de muchos que -como yo- pisamos en tantos domingos y días de fiesta su polvoriento suelo.
Desde el cruce donde nos dejaba el ómnibus, la 'carretera nueva' serpenteaba cuesta arriba siguiendo el margen izquierdo del Río Pámpano. Sobre el lado izquierdo de la carretera estaba Huachispampa y, seguramente 500 metros más arriba en el mismo margen, se hallaba el camposanto de los 'huachispampinos' (no sé si el gentilicio es válido, pero no importa).
La existencia de aquel cementerio para mí pasó desapercibido por mucho tiempo y no habría tenido ninguna importancia ni lo estaría contando en este blog si no fuera por lo que significó para mis ánimos durante los tantos 'ir y venir' que hice por aquel bendito lugar mientras duró mi permanencia en la zona. Tantas veces a medianoche o de madrugada recorrí aquel tramo desde el cruce hasta el Campamento Principal del Proyecto, unos cinco kilómetros que necesariamente se tenía que hacer a pie. Al comienzo, solo o acompañado que fuera, el trayecto no me daba ningún tipo de problemas, pues iba tranquilo en cuerpo y alma.
Lo curioso vino después, cuando supe de la existencia de aquel calavernario. Sentía escalofríos desde cuando me avecinaba a aquella parte hasta pasarlo por completo, más cuando iba solo. Las piedritas y arenisca que la erosión del viento arrancaban del talud me hacían erizar los pelos. ¿Acaso eran los fantasmas que poblaban aquel 'almacén de huesos', pues un cementerio no pasa de ser eso? No, era mi miedo, eran mis propios fantasmas, los que a través de todo mi vivir hasta aquel momento había ido metiendo dentro de mí a través de los cuentos de mi abuela referidos a diablos y a mujeres que se convertían en yeguas. Eran estas, mujeres que se acostaban con los curas, que las noches de viernes de plenilunio mutaban en yeguas, y el diablo las cabalgaba. En algún momento haré un recuento de las 'macabras' historias de mi abuela, QEPD. Eran también los miedos que mi madre, cuando muy niño, para 'frenar' mis correrías e inquietudes, había tatuado dentro, muy dentro de mí con sus referimientos al alma, al tunche, al cuco, para hacerme estar quieto y ahorrarse mis travesuras. Eso hacen todas las madres, creo.
No, en aquel cementerio reinaba la paz y tranquilidad absolutas. El caos, el pavor y todos los grados de miedo estaban (están aún) dentro de mí.
El problema era de noche. De día no pasaba nada. Tampoco cuando estaba 'con muchos litros de cerveza encima'; mejor dicho ebrio, beodo, zampado, mamado, alcoholizado, en una sola palabra: borracho.  Es que, cuando uno está 'en copas' se siente 'superhuamán', ¿o no?.
Quizás convenga precisar que estamos programados para sentir miedo de noche. La sociedad entera, la iglesia en primer lugar, nos han hecho creer desde siempre que 'la noche cobija a las fuerzas del mal', pero ¿cuánto puede ser cierto eso?. Lo que sabemos es que biológicamente la flora y fauna están divididos. Hay de aquellos animales y plantas mejor adaptados a la oscuridad, pero dejo ese discurso para los entendidos.
Los fenómenos auditivos: ruidos, sonidos, voces, lamentos, chirridos, etc., etc., están en cada espacio de nuestras vidas.
No será posible terminar con el tema en esta entrada. De todos modos adelanto que me referiré a mis experiencias sobre el particular, siempre direccionado a traer por los suelos la existencia de los fantasmitas y cucos de todo orden.
En la selva, cuando mi padre talaba árboles para un aserradero, recuerdo muy bien 'el grito de los árboles' que mi madre al escucharlos decía: "Escuchen cómo llora ese árbol, pobrecito". Sus palabras despertaban en mí un sentimiento de ternura hacia aquellos indefensos maderos. Pero los árboles no lloran, lo que sucede es que, al plegarse para caer, sus fibras rozan entre sí y producen aquel ruido que semeja un grito, tan desgarrador, a veces.
Mis experiencias más actuales me han llevado a 'descubrir' de dónde provienen algunas voces, sonidos y ruidos varios que -mentalmente- muchísimas veces, dependiendo de las circunstancias, me remitían a pensar en fenómenos ultratumbescos (no sé si la palabra existe en el diccionario, pero eso tampoco importa).
CONTINUARÁ...

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