Fantasmas y voces de 'ultratumba' - Parte final.


Resumen de la I Parte.- Desde mis tripas 'alguien' dice ¡oye!. No es alguien, son mis tripas mismas que quieren convencerme de su derecho a tener 'voz y voto'.También 'doy duro' a mi hermano mayor.
Resumen de la II Parte.- Narro con detalles mis experiencias en Huachispampa y cómo el cementerio de aquel pueblito hacía emerger, desde mis tuétanos, todos mis temores y miedos, que no han desaparecido aún. Este último dato es válido, real, verdadero. Mis fantasmas están dentro de mí, los he descubierto y no hallo el modo de deshacerme de ellos. Pero pruebo.
Decía en los últimos renglones de la II Parte: "Mis experiencias más actuales me han llevado a 'descubrir' de dónde provienen algunas voces, sonidos y ruidos varios que -mentalmente- muchísimas veces, dependiendo de las circunstancias, me remitían a pensar en fenómenos ultratumbescos (no sé si la palabra existe en el diccionario, pero eso tampoco importa)."
Efectivamente, es así. Sucedió el invierno pasado cuando forzando mi paso entre dos sillas... ¡escuché un silbido!. Si mi 'detector de presuntos fantasmas' no hubiera estado encendido (alerta), habría pensado que algún ser de ultratumba 'me estaba llamando'. Aquella mañana llovía y por eso estaba con el impermeable que al rozar con el ángulo de la silla de madera produjo 'aquel silbido'.
Mi termo, esa cosa que muchos tenemos para conservar el agua caliente (tè, cafè o cualquier otra bebida) me ha jugado dos bromas. Una de ellas una noche cuando ya estaba acostado con las luces apagadas. Duermo solo, de repente escuché un lamento quedo, suave, como el quejido de un niño o de una mujer que sufre en casi silencio. Mi reacción inicial fue de sobresalto, pero casi de inmediato me repuse y comencé a afinar el oído buscando la fuente de aquel 'quejido' prolongado. ¡ Era mi termo!, por la tapa escapaba el aire que la presión del agua caliente creaba en su interior y producía aquel 'minúsculo silbido continuo' (no sé cómo llamarlo) que mi mente se encargaba de hacérmelo llegar como un quejido.
La segunda me la hizo hace apenas unos días. Casi siempre estoy solo y era muy temprano por la mañana. De repente escucho que alguien hace gárgaras en el baño (junto a la cocina). Me sorprendo -no siento miedo en absoluto-, voy al baño, está a oscuras, no hay nadie, pero el ruido de los gargarismos continúa. Voy a la cocina..., ¡era otra vez mi termo!. Pocos minutos antes había llenado el té caliente, había escapado algo de líquido por los bordes y producía 'aquellas gárgaras!.
Bueno pues, lo dije ya, nuestro diario vivir está lleno de rumores, ruidos, sonidos varios que, dependiendo de las circunstancias y del lugar dónde nos encontramos, y también del modo cómo estamos hechos culturalmente, nuestro cerebro se encarga de 'presentárnoslo' enmascarado o disfrazado de aquello que más tememos: el demonio, el alma, el fantasma o el cuco.
Para terminar quiero referirme a dos hechos que guardo aún en mi memoria. Uno tuvo lugar en Huánuco, cuando muy niño, en casa de mi abuela, pues vivíamos con ella. Ya tenía conciencia de las cosas y ¡mis miedos y mis fantasmas! estaban en pleno fermento. El baño de la casa estaba dentro, en un lugar poco iluminado. Ya en el día era penumbroso, imaginémonos de noche, y era noche -quizás madrugada- cuando ocurrió lo que aquí cuento. Recuerdo que sufría mucho de diarreas, tantas veces 'me ganaba' y me hacía en el pantalón aún cuando no era mi intención. El caso es que desperté (en la noche o madrugada) con la necesidad 'urgentísima' de vaciar los contenidos de mis débiles intestinos y, al baño no podía (ni quería) ir por mi temor a la oscuridad. Me quedaba la calle, y hacia ella corrí. No logré ni sentarme, casi pegado al tapial de enfrente, con gran estruendo mis tripas expulsaron los líquidos malolientes que contenían. De inmediato me vino la calma, y no me importó la fetidez, pero aquí viene lo 'misterioso'. Mientras esperaba que mis tripitas terminaran con su trabajo de 'expulsión', del lado de la otra pared colindante con la casa de mi abuela, exactamente en el huertito de hortalizas perfectamente delimitado con espinos de huarango para evitar que entraran animales o niños (trabajo de mi abuela), comencé a sentir un gemido largo y doliente. A mis pocos años era ya capaz de discernir que al huertito no podía haber entrado nadie (por lo de las espinas), pero aún así no sentí miedo. Solo me quedó la curiosidad. Por la mañana, al ver que los espinos estaban intactos, narré a mi abuela aquel episodio. Por toda respuesta, ella dijo: "Habrá sido el alma pues, negrito". Y desde aquel entonces sí, empecé a sentir miedo.
Observando aquellos hechos con mis ojos de hoy, llego a la conclusión que, también en aquella ocasión, fueron mis tripas que jugaron conmigo. Es más, se burlaron de mí cruelmente.
Ya casi no hay espacio para más. Intentaré resumir el segundo hecho al que hice alusión líneas arriba. No tiene nada que ver con los sonidos, sino más bien con las imágenes, lo que trae a mi memoria lo aprendido en el curso de Psicología de la secundaria, cuando uno confunde las sábanas con 'fantasmas'.
Sucedió en Angashyacu, en aquel entonces un caserío de 'chozas' de contarse con los dedos de las manos, mi padre trabajaba en lo que entonces era el Proyecto más ambicioso de Fernando Belaúnde Terry: La Carretera Marginal de la Selva. La casita en que vivíamos estaba en lo alto de un entarimado de pona (creo que así se llamaba aquella especie de madero de cocotero, muy resistente), fijado al suelo a través de horcones de un metro o un metro veinte de alto para evitar que las alimañas pudieran compartir frazadas con nosotros. Todas las casas son construídas así en gran parte de la selva.
Para hacer pipí no tenía que bajar las escaleras. Solo me acercaba al borde del entarimado y desde allí 'regaba' los hierbajos y plantas de los alrededores, pero he aquí que veo un bulto blanco fosforescente a mi izquierda, que se movía al compás de la pequeña brisa de aquella noche de luna.
Tenía 6 o 7 años y 'ya me habían envenenado' la mente. Inmediatamente lo relacioné con 'el alma' (ánima de un difunto), retrocedí en silencio, mi cama estaba casi a mis espaldas, sobre el entarimado, caí en ella como costal con papas. Intenté llamar a mi padre, pero mi voz estaba bloqueada, pues la impresión había sido muy fuerte. Un poco más y me daba un ataque cardíaco, pero no, mi corazoncito era muy fuerte.
En muchas ocasiones mis ojos han intentado jugarme bromas, pero... ya no es tan fácil. He visto sombras o, hasta personas que corren por mis costados a la par que giro la mirada, pero no son sombras ni personas, son mis anteojos. La armadura de mis lentes me hace bromas cuando estoy distraído.
En cambio, en el relato de Angashyacu eran mis legañas, lo sé ahora, pues las almas no existen, y si sí, no gastan bromas a la gente, mucho menos a niños inocentes.
Lo dije, los espacios por donde nos movemos a diario están llenos de fenómenos auditivos y visuales de todo orden, pero están muy lejos de pertenecer 'al más allá'. Son nuestros miedos, nuestros propios fantasmas -aquellos que sinquererqueriendo hemos ido almacenando en nuestros 'ser' más íntimos- los que nos hacen tener 'una percepción errada' de tales fenómenos. ¿De acuerdo?.

Commenti

Post popolari in questo blog

Carta para mi hijo que pronto será papá.

La curva del diablo

¿Perder soga y cabra?