Mi infancia (continuación de Creencias...)

En muchas ocasiones, seguramente, repetiré escenas ya descritas en entradas anteriores, como en este caso. Lo hago con la finalidad que quien lea mis relatos tenga elementos de juicio suficientes como para hacerse idea del marco en el que se desarrollan los acontecimientos. Si así no fuera, entrego mis disculpas anticipadas. He aquí el relato:

Nacido en la Ciudad de la Eterna Primavera, Huánuco; capital del departamento del mismo nombre en Perú, a muy corta edad - seguramente con meses aùn de vida- mis padres me llevaron a la sierra. Ellos, mis padres, eran como gitanos. Mi padre, un operario de construcción civil, constantemente era trasladado de un lugar a otro en razón de su trabajo como Operador de máquinas Caterpillar. Y los lugares a donde íbamos eran generalmente muy apartados.

Mi padre abría las vías para el ingreso de la civilización. Iba adelante abriendo caminos por donde antes no transitaban ni acémilas. Amaba su oficio a pesar que muchas veces puso en peligro su salud e integridad. "Son gajes del oficio", decía.

Viví en la sierra de mi país hasta cerca los tres años de edad y, por esta razón, es muy poco lo que conservo en la memoria, de aquellas vivencias. Pero, debo recalcar que la creencia en los espíritus benignos y malignos, sobre todo en estos últimos, existe en las tres regiones naturales del Perú. Es decir, en costa, sierra y selva; con pequeñas variantes en cada una de ellas.

Es de resaltar el hecho que, cuando los niños crecen y comienzan a ser inquietos, las madres, para atenuar esa inquietud natural, asustan a sus pequeños con "el alma" o "el tunche"; entendiéndose por éstos a unos seres invisibles, malvados, que se llevan a los niños muy inquietos o malcriados.

Y esto la mayor de las veces funciona. El asunto no es que las madres utilicen estos trucos para tener bajo control a los hijos; sino que, ellas creen a pie juntillas en la existencia de los espíritus, buenos y malos.

Así, en determinadas situaciones cuando los bebés o niños sufren de desvanecimientos o lloran sin cesar, dicen que "lo ha tocado el alma" o "ha visto al alma". Las curanderas de aquellos lares conocen rezos y mil secretos para curar estos males o para evitarlos.

De la sierra pasé a la selva. Viví allá hasta la edad de nueve años. La selva de mi patria es un lugar maravilloso, fascinante. Los mejores recuerdos de mi infancia los tengo de allá. Me encantaba el verde inagotable de sus paisajes, la tibieza de las aguas de sus rios, su clima siempre cálido. Y aún sus lluvias.

Recuerdo que corrìa jubiloso bajo la lluvia, chapoteando en los charcos junto con los otros niños del vecindario. Las niñas con solo el calzoncito y, nosotros los niños ... ¡completamente desnudos! ¡Ah, qué vida aquella! Allá se quedó mi Edén, mi Paraíso.

Las cosas que contaré más adelante corresponden a esa etapa de mi vida, vistas al inicio con los ojos del iletrado, repensadas después y "analizadas" a la luz de nuevos hechos mas cercanos en el tiempo. Pero, experiencias propias, vividas en carne y hueso por el suscrito.

Commenti

Juan Carlos ha detto…
Adelante Nestor !

Interesantes tus relatos.

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